Siempre ha sido la protagonista oculta y ocultada en la historia de la humanidad que comprende a hombres y mujeres, a mujeres y a hombres. Se ha dicho y se dice, que la mujer se ha incorporado en los últimos años al mundo del trabajo, la verdad es que ha estado siempre incorporada al mundo del trabajo y, en muchas situaciones, y en muchos lugares, tanto o más que el hombre. No nos vamos a remontar a épocas antiguas en la historia de esa humanidad, pero sí queremos recordar a mujeres a las que se les deja fuera de esa incorporación reciente para homenajearlas, porque ellas, en los años 40 y 50 y 60 y 70 estuvieron entregadas no sólo a sus labores, como rezaba el DNI de aquellas décadas con respecto a su profesión, sino y además, a las labores propias que tenían sus maridos o a trabajos extras fuera del hogar, entonces apenas reconocidos y apenas remunerados.
Los que vivimos rodeados de un mundo agrario, recordamos, porque llegamos a vivir aunque fuesen pocos años, el durísimo trabajo de la mujer en el campo cuando de sol a sol trabajaba al lado del hombre, en la siega, quemando sus manos al tiempo que segaba de una pasada las cañas de cereal que amontonaba en haces para llevar a la era. Las vueltas y vueltas sobre la trilla de suelo de chinas alineadas, afiladas, que hacían de ruedas circulares en el circular y monótono viaje de la trilladora. Ablentar, separar el grano de la paja, y pegarse el polvo picante al sudoroso cuerpo del jornalero, de la jornalera. La mujer de la azada, que canaliza el surco de agua para dar la vida a la semilla enterrada en la tierra, y la mujer que barre friega, plancha, lava y hace la comida al mismo tiempo que trabaja, trabajando dos veces casi al mismo tiempo.
La mujer de ciudad que subía y bajaba con la escoba y el recogedor, y luego con la fregona, despejando primero y espejando después las escaleras marmoleadas de los edificios céntricos de la urbe, y los menos céntricos, ennoblecidos por dentro y por fuera, habitados por ilustres ciudadanos, convertidos y reconvertidos ahora en el tiempo por los negocios; y las escaleras de madera de los bloques decimonónicos de ascensor olvidados, socorridos eso sí, de las amplias balaustradas donde los rapaces se deslizaban bajando del cielo del bloque al suelo de la calle del viejo barrio de la ciudad. Mujeres atestadas de polvo y agua, atletas kilométricas de la limpieza que, cuando llegaban a casa deslomadas, tenían que hacer sus faenas que eran las de la familia entera.
Nosotros desde el CDS queremos rendiros homenaje porque poca gente os recuerda en aquellos años de trabajo, que parece que no fueron porque no son los de la incorporación reciente, y qué mejor mérito que reconoceros y cuidaros, lucharemos porque no os falte la pensión que, con tanto esfuerzo ganasteis en tantos años, y que no se os recorte el dinero, ni se os aumente el tiempo de trabajo, no puede ser la mujer esclava del trabajo para no vivir su tiempo, no sólo mantendremos lo que con tanto esfuerzo os habéis ganado sino que aumentaremos el cariño, el abrazo siempre eterno de quien os admira por lo que nos habéis dado, y entre muchas cosas, vuestro ejemplo.
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